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Los judíos en España
Sobre la llegada de judíos a España se han formado a través del tiempo diversas leyendas. Según ellas, los primeros habrían llegado en época del rey Salomón aprovechando los viajes de los fenicios, o bien cuando Nabucodonosor deportó a la población del reino de Judá. Cabe dentro de lo posible que en esas ocasiones vinieran a la Península Ibérica algunas familias judías aisladas; pero los datos históricos más fehacientes indican que la llegada de los judíos a España, en número importante y en forma más o menos organizada, se produjo entre los siglos II a.E.C II E.C (EC: Era Cristiana).
Sea como fuere, las primeras comunidads judías se asentaron en la Costa mediterránea y luego poco a poco se irían extendiendo por el resto de la Península. Para el siglo IV, según los cánones de un concilio celebrado en Elvira y otros datos disponibles, la población judía era ya muy numerosa y se dedicaba fundamentalmente a la agricultura. Para fines del imperio romano puede afirmarse que las comunidades judías estaban ya plenamente consolidadas en España y muy asentadas en esta tierra.
Mientras duró el imperio romano, los judíos no tuvieron en España mayores problemas que en otros países. Lo mismo ocurrió con el reino visigodo en tanto éste fué oficialmente arriano, pero todo cambió a partir de la conversión de Recaredo a la religión católica en el año 586. Desde entonces los reyes visigodos buscaron la unidad religiosa de su reino bajo la fe católica y comenzaron a perseguir judíos y hacerles la vida imposible. Durante más de cien años las Leyes visigodas les fueron adversas, haciéndoles objeto de toda clase de vejaciones y humillaciones, incluso el rey Écija llegó a ordenar que fueran reducidos a esclavitud perpetua.
España musulmana
La invasión de los árabes en el año 711 supuso una liberación para los judíos, que pronto se pusieron al servicio de los nuevos gobernantes. Para los musulmanes, el judaísmo, al igual que el cristianismo, era una religión tolerada: de ahí que en términos genrales permitieran a los judíos vivir libremente sin más que pagar un impuesto especial. Además, los invasores eran pocos en número, por lo que se veían obligados a confiar en aquellos grupos que podían serles fieles, como era el caso de los judíos. Estos, por su parte, se adaptaron enseguida al nuevo Estado y empezaron a ocuparse de aquellos oficios que para los árabes eran de segunda categoría pero que podían ser muy lucrativos como el comercio y el funcionamiento administrativo. A partir del Califato de Córdoba (siglo XI) comienza la gran época de los judíos españoles que alcanzaron en la España musulmana -califato y reino de taifas-durante los siglos X y XI el mayor bienestar y el mayor nivel cultural que hayan alcanzado los judíos fuera de Israel hasta el s. XVIII. En este tiempo habrá judíos que serán ministros de los Monarcas musulmanes, como Hasday ibn Suprut y Samuel ibn Negrela, amo y señor del renio de Granada. También en esta tiempo el centro religioso y cultural del judaísmo pasará de Oriente a España, con las academias rabínicas de Córdoba y Lucena impartiendo directrices de vida para los judíos de todo el mundo.
La situación empezó a cambiar con la llegada de los almorávides, más intransigentes con las religiones que no fueran la islámica. Sin embargo y después de unos nulos primeros momentos, los judíos lograron rehacerse y gozar de un relativo bienestar en la España musulmana hasta mediados del siglo XII. Pero en 1140 llegan los almohades, mucho más radicales en materia de religión, y exigen la conversión al Islam de los judíos. En pocos años los judíos huyen en masa hacia la España cristiana.
España cristiana
Mientras en la España musulmana los judíos alcanzaban el grado de bienestar y cultura que se ha visto, en los pequeños reinos cristianos del norte existían unas cuantas juderías dispersas y por lo general pequeñas. La principal era la de Barcelona y fuera de Cataluña, la mayoría estaban en los centros comerciales del Camino de Santiago, destacando entre ellas la de León. En estos reinos cristianos los judíos tuvieron desde el principio una situación jurídica especial. Se es consideraba como algo perteneciente al tesoro real, una propiedad personal del monarca, lo que los dejaba a mitad de camino entre los hombres libres y los siervos. Pero esto tenía también sus ventajas, pues los reyes estaban interesados en protegerlos y en procurar su bienestar, ya que eran una propiedad suya y por otra parte, esa pertenencia al tesoro real les posibilitaba un acceso directo a los monarcas, lo que podía proporcionarles beneficios jurídicos.
A finales del siglo XI y comienzos del XII la Reconquista cristiana consigue avances considerables. Alfonso VI conquista Toledo, y Aragón y Cataluña incluyen en sus territorios el valle del Ebro. De este modo, importantes masas de población judía pasan a ser súbditos de los reyes cristianos. Estos avances de la Reconquista traen consigo graves problemas, que los monarcas deben resolver. Era preciso repoblar los territorios conquistados, organizar la administración y defensa de las grandes ciudades tomadas, así como la gobernación de unos estados mucho más extensos y poblados. Los reyes echan mano entonces de todos los recursos a su alcance, también de los judíos. Muchos de éstos, sobre todo los que venían de la España musulmana, eran expertos en tareas administrativas, y así consiguen introducirse en los cargos públicos, especialmente en la recaudación de impuestos. También la medicina y el conocimiento del árabe les sirve a los judíos para acceder a la corte. Algunos de los que así se introducen en ésta y en los cargos públicos hacen fortuna y se convierten en los financieros del reino, llegando incluso a ser lo que hoy llamaríamos ministros de hacienda de los reyes de Castilla y Aragón. El primer caso será el de Yosef ben Ferruziel, llamado Cidello, Tesorero de Alfonso VI de Castilla.
A mediados del s. XIII toda la Península a excepción del reino de Granada es ya cristiana. Es ésta la mejor época de los judíos, la de su mayor bienestar en Castilla y Aragón, durante los reinados de Alfonso X y Jaime I. Toledo es entonces un importantísimo centro de vida judía. Allí viven los grandes rabinos, los literatos, los financieros y hombres de Estado, como los Ben-Sosán y los Ben-Sadoc, ministros de Castilla. Algo similar ocurre con Barcelona y Zaragoza en la corona de Aragón, donde ejercen los mismos judíos Alezar y Yehudá de la Caballería. Es también ésta la época de grandes figuras del judaismo, como Nahmánides de Gerona y Salomó Ben Adret de Barcelona.
Hasta fines del siglo XIII la convivencia entre judíos y cristianos había sido en España bastante buena y en algunos casos admirable. Pero a partir de entonces se va poco a poco deteriorando cada vez más. En Castilla seguirá habiendo ministros judíos, como Yosef de Ecija, Samuel Heleví o Meir Alguadez, mas el pueblo y los eclesiásticos les muestran cada vez con mayor radicalismo su enemistad. La guerra civil entre Pedro I y Enrique de Trastámara, donde se utiliza como arma política la propaganda antijudía, acelerará el proceso de detrioro de la convivencia. Finalmente llega la tragedia.
En 1391 las predicaciones incendiarias del arcediano de Sevilla, Ferrán Martínez, llevan a los cristianos a asaltar la judería, causando muchas muertes. Rápidamente, como un reguero de pólvora, las matanzas de judíos se extienden por casi toda España. Las ciudades de Córdoba, Toledo, Valencia, Palma de Mallorca, Barcelona, Gerona y otras muchas ven sus juderías asaltadas. Muchos judíos para salvarse de la muerte piden el bautismo, dando así lugar a grandes masas de conversos forzados al cristianismo. Las juderías quedarán muy empequeñecidas y algunas, como Barcelona y Valencia, desaparecerán.
El siglo xv
Como consecuencia de estos hechos, a lo largo del siglo XV el llamado "problema judío" pasará a ser el "problema converso". Al principio los conversos procedentes del judaísmo se integraron con facilidad en la sociedad cristiana y muchos progresaron en los cargos públicos y hasta en la carrera eclesiástica. Pero hacia mediados del siglo se fue descubriendo que buena parte de estos conversos y sus descendientes practicaban en secreto la religión judía, eran los judaizantes o criptojudíos.
Cuando los Reyes Católicos comenzaron su reinado, los judíos públicos llevaban una vida relativamente tranquila y sin mayores molestias, en cambio los conversos representaban uno de los más graves problemas. Para sus ideas de unidad del Estado, aquellos judaizantes "herejes" según el concepto cristiano, eran un obstáculo que había que resolver. Además, la división de la sociedad entre cristianos viejos y cristianos nuevos (conversos) ya había dado lugar a dos guerras civiles. Buscando una solución a este problema se creó la nueva Inquisición, la Inquisición española, cuya misión era perseguir, juzgar y condenar, incluso a la hoguera, a todos aquellos conversos de quienes se sospechara que practicaban el judaismo.
La expulsión
Poco después la Inquisición, y con ella los reyes, llegaron a la conclusión de que no podrían hacer de los conversos buenos cristianos mientras a su lado vivieran judíos públicos. En consecuencia, los Reyes católicos decretaron en 1492 la expulsión de los judíos de todos sus reinos. En un breve plazo todos los que no quisieran convrtirse al cristianismo habían de salir del país.
La mayoría de los expulsos marcharon a Portugal, pero poco después (1497) también eran expulsados de allí, dirigiéndose entonces al norte de Africa, sobre todo a lo que hoy es Marruecos y parte de Argelia. Otros fueron a Italia y otros a Francia. A lo largo del siglo XVI todos ellos fueron extendiéndose por ambas orillas del Mediterráneo, radicándose la mayoría en el Imperio Otomano, donde conocerían días de gloria. Estos expulsados y sus descendientes son los sefardíes, que a través de los siglos mantendrían una unidad entre sí gracias también a su lengua de raíz hispánica en la que produjeron una importante literatura entre los siglos XVIII y XX.
Gobierno de las juderías: el barrio judío
Las comunidades judías de la España medieval eran totalmente autónomas e independientes una de otra. Cada aljama elaboraba sus propios estatutos y ordenanzas, por los cuales se regía, lo que daba lugar a diferencias entre unas y otras en el modo de gobernarse. No obstante, podemos establecer unas líneas generales en la organización de la aljama.
A la cabeza de la comunidad estaba el Consejo de Ancianos (los documentos los llaman "viejos de la eljama") que era una especie de Senado. Estos ancianos, que eran en realidad los miembros de las familias más ricas e influyentes, se runían a menudo para tomar decisiones y nombraran todos los cargos de la aljama.Su número era variable, aunque lo más normal es que fuera de siete. En Barcelona, donde en determinado momento este Consejo tomó el modelo del Consejo de Ciento de la Ciudad, llegó a ser de treinta. En momentos de tensiones o luchas sociales los puestos del Consejo se repartían entre las clases: mayores, medianos y menudos o pequeños. Pero aún en esos momentos la influencia solía residir en los mayores, muchas veces apoyados por los medianos.
Como ya hemos dicho, el Consejo de Ancianos nombraba todos los cargos de la aljama. El principal de éstoes era el de los adelantados, que constituían el poder ejecutivo de la aljama. Luego estaban los jueces (hb. deyanim), que en número de tres se reunían en tribunal (hb. bet-din) para juzgar los pleitos entre judíos de acuerdo con las leyes rabínicas y con las ordenanzas de la comunidad.
Había además tesoreros de la aljama, tasadores de impuestos (establecían lo que cada uno había de pagar con arreglo a su fortuna) limosneros o encargados de la beneficiencia, delegados para misiones concretas y el escribano o notario de la aljama, cuya misión era la de redactar los documentos siguiendo la fórmula rabínica y llevar el libro de actas. En muchas aljamas, los adelantados mismos se encargaban de algunas de estas funciones, o de todas, incluida la de juez, y en ocasiones eran más poderosos que los ancianos.
En Castilla, en el siglo XIV empezó a funcionar una especie de federación de todas las aljamas del reino, que tuvo su punto culminante en el siglo XV cuando, en 1432, llegaron a redactarse en Valladolid unas ordenanzas - escritas en letras hebreas y en una lengua mixta entre hebreo y castellano - comunes para todas las juderías. Por otro lado, como institución superior, con mando sobre un grupo de aljamas o sobre todas las del reino, existía también en Castilla el "rab de la Corte", nombrado por el rey. Además de servir como juez de apelación para todos los judíos del reino, se encargaba de supervisar toda la vida judía, la administración de las aljamas, sus finanzas, sus impuestos, etcétera. Pero en realidad éste era u funcionario real, de la confianza del monarca, y no un cargo surgido de las propias comunidades.
Hubiera o no leyes que impidieses a los judíos vivir donde quisieran dentro de la ciudad, la tendencia natural era a agruparse en un barrio propio, el barrio judío, que podía ser muy distinto según de qué ciudad se tratase. El de Toledo era famoso por su amplitud, y en cambio, el de Barcelona, el Call, situado en pleno corazón de la ciudad, entre la catedral y el castillo, se había quedado pequeño ya en el siglo XIII.
En unas cuanas ciudades los judíos vivían en el castillo, el caso más importante es el de Tudela a partir de la segunda mitad del siglo XII. Pero dejando aparte los casos excepcionales como el de Toledo, el barrio judío consistía en un conjunto de calles estrechas, callejuelas y callejones sin salida, de aspecto mísero y poco agradable; así eran también las morerías o barrios de los moros en las ciudades cristianas. En ese conjunto solía haber una calle principal, la "calle mayor de la judería",y una plaza de la judería " o de "la sinagoga", agrupándose a su alrededor la serie de callejuelas y callejones.
En el barrio judío, la primera preocupación de sus habitantes era contar con las instituciones comunales adecuadas, para lo que conseguían los oportunos privilegios reales. Era ésta la sinagoga, con sus dependencias anejas, entre las que solía estar el Talmud Torá o escuela religiosa para los niños, y la sede del bet din o tribunal rabínico, el baño ritual (hb. miqwé) muchas veces también en las dependencias de la sinagoga; la carnicería para la carne Kaser y el cementerio, extramuros de la ciudad, casi siempre en un montecillo cercano. Es decir, todo lo necesario para nacer, vivir y morir como un judío.
José Luis Lacave
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